sábado, 17 de octubre de 2015

MADRID SEGOVIA 2015 (Crónicas de Ana Turbo e Irene)

A continuación vais a leer dos excelentes crónicas de dos súper heroínas (en el buen sentido de la palabra). Dos chicas que nunca pierden la sonrisa sea cual sea el reto que se les plantea. Esta vez se les puso entre ceja y ceja recorrer los más de 100 kms de distancia que hay entre Madrid y Segovia. Éstas son sus crónicas.

CRÓNICA DE ANA TURBO

Cuando hice la inscripción para la Madrid-Segovia creo que no había corrido mas de 15 kilómetros seguidos, muy profesional por mi parte, pero qué hacer si tienes a Master y Yayo insistiendo en cada entrenamiento para que te animes y todas la mañanas enviándote wasap recordando que no has hecho la inscripción y que las plazas se agotan. Y como sabe todo el mundo, no hay nada que pique mas a un corredor que le digan que se acaba el plazo o que te quedas sin dorsal. Así que de cabeza.

¿Qué decir de los entrenamientos específicos de preparación? Escasos, esa sería la palabra.

Los preparativos, precipitados, todo en los últimos días. El grupo de wasap echaba humo con las dudas de todos y Master, con mas paciencia que un santo, resolviéndolas. 

Irene, nuestra dulce Irene, una tía dura -“vinagrillo” la llama Master- pero un poco despistada, preguntando que si había que etiquetar las cosas de la mochila de correr, que cómo lo hacia, que ella pensaba que solo tenia que identificar las mochilas de los camiones… un follón.

Más nervios, Alberto preguntando la noche de antes que cómo nos repartíamos en los coches para ir hasta la salida, algo que creíamos, ya estaba organizado, más nervios. 

La incorporación de Alberto al grupo, uno de los tikitiki del club, es decir de los élites, fue algo así como, “¿que vais a correr los 100 km de la Madrid-Segovia? me apunto. ¿En cuanto tiempo pensáis hacerla? Es que para el día siguiente hay una carrera en la que me hace mucha ilusión participar, son 7 km con 70 obstáculos, ¿creéis que me dará tiempo?”. Pues eso.

Bueno, llega el día, más bien la noche. Salimos a las cinco de la mañana de Plaza Castilla. Al final nos repartimos en dos coches: a Master, Yayo y a mí, nos llevan Jose y Darío, -pobrecitos míos, arrastrándoles a todas mis locuras-; en el otro coche que lleva María acompañada por Petry, otras que también están siempre dispuestas a echar una mano, van Irene, Rubén y Alberto. 

Llegamos a la salida, con tiempo para repartir las mochilas en los camiones correspondientes (sin equivocarnos, bravo). Todos tenemos mochilas para entregar, menos Rubén, otro élite del club, tikitiki donde los haya, que ha decidido que su carrera sí es de autosuficiencia y va a llevar en la mochila de correr todo lo necesario, ya nos dirá si ha echado algo en falta.

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Unas fotitos de postureo con algunos amigos de otros clubes. Nos encontramos con el gran Carlos Siguero, al que después veríamos pasándolo regular en algún tramo de la carrera.



La salida muy emocionante: más fotos, más ánimos, más nervios, algún pequeño incidente con otros corredores, Rubén lleva los palos en la mochila y le va a saltar un ojo a alguien por las apreturas del momento. ¡¡¡¡Ay los palos!!!! ¿Por qué no los cogería yo? Cuánto me arrepentiría después de esa decisión.

La verdad es que salimos muy bien, un ritmo muy bueno para todos, dentro de los tiempos que nos habíamos marcado; corremos en los llanos y las bajadas y las subidas las hacemos andando, vamos sellando en los controles, todos llevamos nuestra hoja de control, y digo todos porque a alguno se le había olvidado cogerla de la exigua bolsa del corredor que la organización daba, ¿verdad Alberto?
Vamos tan bien, que nos da tiempo a recoger un guante, literal, no es el reto de ningún grupo competidor, que quiera vernos morder el polvo en la carrera, que alguna broma a ese respecto nos hacen, “vais a ir cayendo uno a uno como en las pelis de miedo” nos dice un tipo, será mamón. Al propietario del otro guante, que lo envíe al club, por favor, que a él uno solo no le sirve de nada y al compañero que lo encontró le vendrá genial para la temporada de canicross que está a punto de empezar y además el guante es del color del club.

Llegamos a Colmenar Viejo, donde la organización había llevado la primera mochila para el desayuno, mochila que apenas necesitamos porque allí teníamos café caliente y galletas. Yo llegué un poquito preocupada porque iba con las manos como entumecidas, pero Master, que era la voz de la experiencia en esta carrera, me dijo que probablemente sería consecuencia de la mochila, que no estoy acostumbrada a correr con ella y me iba cortando la circulación, otro error no haber utilizado la mochila que uno de los compañeros del club puso a mi disposición, ¡¡¡Ay Alberto!!!, cuánto me acordé de los asas acolchaditos de tu mochila.

Desayunamos, nos dimos protector solar, soltamos lastre de la mochila y listos para continuar.

Tuvimos un par de caídas sin consecuencias graves: la primera Yayo, que decidió jugar al balancín en medio de la carrera; después caí yo, quisiera decir que era terreno técnico y peligroso, pero no, era de lo mas normal, al menos Yayo puede  decir que se tropezó con una rama.
En algunos momentos me adelantaba en las subidas. Creo que mis compañeros se preguntaban qué mosca me habría picado para ir tirando sola y es que tantas sales, tanta agua y tanta isotónica, tenían que salir en algún momento y como no quería retrasar al grupo me adelantaba en busca de un matorral  y, en cuanto lo encontraba , allí estaba yo, asomando la cabecita por encima del arbusto.
Y en estas llegamos hasta la entrada de Mataelpino, Km 50, donde hay un estupendo pilón, con el agua fresquita, en el que algunos decidimos poner  en remojo los piececillos, que ya estaban un poquito tocados, y los demás se adelantaron y llegaron al avituallamiento que el pueblo había preparado. No llegamos a los macarrones pero tenían unos bocadillos de jamón york y queso que no estaban nada mal.

Allí nos encontramos con otro miembro de la manada que estaba de voluntaria en el avituallamiento. Aunque algunos no la conocíamos nos hizo ilusión encontrarnos con alguien del club que nos dio ánimos y nos deseo suerte. Gracias Isabel.

Hasta aquí todo muy bien: risas, charlas, fotos posando en los controles y en los carteles que marcaban los kilómetros… pero a partir de ahí empezaron las complicaciones. Menos mal que a la salida de pueblo nos espera un sorpresa: un tipo en lo alto de una peña gritando “¡¡¡¡¡¡VAAAAAAMOS CABROOOONES!!!!!!” Nosotros dando saltos de alegría y los corredores que iban por delante alucinando, pensarían “les insultan y ellos encima lo celebran”. Pero es que ellos no sabían que ese es el grito de guerra del club, y que el que nos daba voces era Rubén Nolito, que había ido hasta allí para darnos ánimos y un caldo y unos sándwiches que nos supieron a gloria.

Llegados a este punto, he de decir que Jose, mi marido, nos iba haciendo el seguimiento gracias a los dispositivos que llevo. Por supuesto, cuando me deshice de cosas de la mochila de correr no solté mi batería externa, me puedo quedar sin comer o sin ropa de abrigo, pero no sin batería en el móvil. Jose  iba informando a Maria-Sulti de nuestra posición que lo retrasmitía al grupo y así Rubén supo cuando pasaríamos por su ubicación.

Tras reponer fuerzas, echarnos unas risas y unas fotos, continuamos. Yayo iba un poco tocada en ese momento, cosa rara en ella -es una máquina y no estamos acostumbrados a verla sufrir, ella es el alma de todas las fiestas, siempre gastando bromas y haciéndonos reír-, ya sabemos que no lleva bien lo de sufrir en las carreras, da un poco de miedo, pregunta “Yayo, ¿qué?”  respuesta, “¿qué de qué?” tenia dolores en las ingles, creía causadas por la mochila. Nuestra asignatura pendiente para posteriores carreras de este tipo: qué mochilas llevar y como distribuir el peso.

Rubén nos acompañó un trecho, corto, ya que iba con Nolito, su incansable compañero de tres patas y hacia bastante calor en ese momento. Cuánta ilusión nos hizo verte,  que inyección de energía.

Desde Mataelpino hasta La Barranca empezamos a sufrir de verdad Yayo y yo. Ella continuaba con sus dolores y a mí empezó a dolerme la pierna izquierda. No sé exactamente como se llama el musculo o tendón afectado, pero vamos, lo que viene siendo la espinilla. A La Barranca llegamos tocadas y en la bajada hasta Cercedilla Irene, Rubén y Alberto se adelantaron. Nosotras no podíamos correr y Master se quedó con nosotras aunque le insistimos para que se fuera con los “niños” ya que él iba estupendamente. Llegamos fatal a Cercedilla. Los tiempos que nos habíamos marcado se habían ido al garete. A partir de aquí era intentar acabar la carrera.

En Cercedilla teníamos otra mochila: la de la comida. Nuestra intención en un principio era parar lo menos posible, lo justo para comer y salir zumbando. Pero no puedo ser. Yayo, Master y yo pasamos por el taller-fisio, por si podían hacer algo por nosotros.



Como los “niños” habían llegado antes decidieron salir mientras nosotros seguíamos con los retoques de carrocería y comíamos. Ese momento fue un poco duro. Verles prepararse y salir. Separarnos definitivamente sabiendo que, si continuábamos, ya lo haríamos por separado. Yo había pensado que eso podría pasar pero creía que sería mas adelante. Me puse un poco blandita, típico en mí.

Salimos de Cercedilla gracias al empuje de nuestro Master del Universo. Estoy segura de que si nos llega a dejar a Yayo y a mi, y se va con el otro grupo, nosotras hubiésemos abandonado.

La salida de Cercedilla fue dura. A partir de aquí teníamos que ir pendientes de la hora de cierre de los controles y con la sombra de “El Peregrino” persiguiéndonos. Nos hubiésemos agobiado un poco, si no fuera por los momentos de risas y confidencias, algunas un  poco escatológicas, que tuvimos.

Al control de La Calzada Romana íbamos con tiempo y llegamos bien. A estas alturas no podíamos correr nada, parecíamos las muñecas de famosa. Yayo se hizo con uno de los palos de Master hasta que tuvo una recuperación milagrosa y me lo cedió -palo que ya no soltaría hasta llegar a Segovia-. Lo siento, Antonio, de veras, pero tuve un arrebato egoísta -del que me sentía un pelín avergonzada, pero solo un pelín, no lo suficiente para devolvértelo-. 

En la recuperación de Yayo no se si tuvo que ver que nos empastilláramos (solo antiinflamatorios, no penséis mal). Aunque Yayo confesó haber tenido visiones: primero dijo que había visto pasar a Shiva corriendo, la rubia loca del Master (una Golden retriever, que, verdaderamente, esta medio loca);  después dijo que me acababa de ver remando. Lo dicho, no sé si serían las pastillas o el cansancio acumulado.

El  paso por el control del Alto de la Fuenfría estaba más complicado. Creo que teníamos menos tiempo para hacer prácticamente los mismos kilómetros que en el último tramo. Cuando empezamos a subir ya estaba anocheciendo y tengo que decir que Yayo y yo tenemos algunas virtudes pero la vista de lince no está entre ellas. Vemos menos que un gato de escayola y en la subida empezamos a ver unos bultos a los lados de la carreteras. Una de las veces Yayo preguntó que si eran mamuts lo que había arriba de una cuesta. Le dijimos que no y ella insistía que eran esculturas de mamuts y yo “que no, que se mueven”. Y claro que se movían, cómo que eran vacas que se habían colocado en el arcén de la carretera. El sonido de las campanas que colgaban de sus cuellos nos acompañarían ya durante todo el trayecto.



Llegamos al control, nos cambiamos de ropa, yo por frio y Yayo por necesidad. Mientras esperaban a que me cambiase ella se había sentado encima de una de sus botellas de agua y se había empapado. Qué paciencia tuvo el Master con nosotras.

Preparadas, continuamos la marcha hacia el siguiente control. Para este teníamos más margen de tiempo, aunque eran más kilómetros. 
Master era el que iba poniendo fotos en el grupo, para que los compañeros que nos seguían e iban animado supiesen por donde estábamos y también saber por donde iba el resto del grupo, de los que no habíamos tenido noticias desde que nos separamos en Cercedilla, pero nada, los “niños” no ponían nada.

Una de las veces que revisamos el wasap, vimos que a las 21:15 ya había gente esperando en Segovia. He de confesar que me ofusque un poquito: había quedado con Jose en que le avisaría un par de horas antes de llegar y viendo, por donde íbamos y lo que nos quedaba, sabia que tendrían que esperar mucho.

En este tramo nos encontramos a bastantes corredores que iban mas o menos como nosotras. A Yayo le dio por reír al adelantar a dos que andaban un poquito peor, estos se habían agenciado dos palos de una poda que usaban como bastones. Después confesaría que había tenido instintos homicidas: había pensado en despeñar a uno y robarle los palos.

Cuando llegamos al siguiente control (creo que era en La Cruz de la Gallega), nos esperaba una sorpresa: envuelto en una manta y con una carita de pena que te partía el alma estaba Rubén que había tenido que abandonar tras un mareo cuando se disponía a salir después del avituallamiento. Nos dijo que Irene y Alberto se habían ido hacía veinte minutos y eso que ellos habían salido dos horas antes que nosotros de Cercedilla.

Nos tomamos un caldito con unas magdalenas (por fin había algo caliente en un avituallamiento), nos despedimos de Rubén y retomamos el camino.

Si hasta aquí había sido un sufrimiento a partir de este momento fue una tortura: hacía frío, iba fatal, se nos echaba el tiempo encima y, para colmo, veía que no podía seguir el ritmo de mis compañeros.
Nada más salir caemos en la cuenta que Rubén llevaba palos y no se los hemos pedido. Decidimos asaltar la ambulancia. Cuando la vemos aparecer la paramos pero nuestro gozo en un pozo: los palos se los llevó Alberto. Pero el asalto no es en vano: conseguimos unos ibuprofenos y algún paracetamol. Niños no automedicarse (a no ser que estés corriendo los 100km Madrid-Segovia).
Master se puso en cabeza seguido por Yayo marcando un ritmo constante que apenas podía seguir. Hubo momentos en los que estuve apunto de decirles que parasen, que cada vez me costaba mas seguirles, pero me aguanté, apreté los dientes, me agarré al palo y continúe. Y así pasamos un tramo apenas balizado -en el que íbamos siempre con la duda si nos habríamos equivocado- y otro que era una bajada entre piedras, que ya de día debía ser complicado, si le añadimos la noche y el cansancio fue penoso.

Llegamos al último control. La verdad, no recuerdo si estaba antes o después de las piedras, lo que si recuerdo es que empezamos a ver Segovia y sus luces. Pero ese tramos se hizo eterno Lo veíamos pero no llegábamos, íbamos en todas las direcciones menos en la correcta. Si Segovia estaba ahí delante, por qué estábamos dando vueltas por el campo.



Llegamos a Segovia pero todavía nos quedan unos tres kilómetros para la meta y encima el recorrido está sin balizar. La organización pensaría que somos adivinos y sabemos por donde hay que ir. Menos mal que Antonio es repetidor, le suena algo y lo que no le suena nos lo van diciendo otros corredores que llegan con nosotros. ¡Lo que une el sufrimiento! te apoyas en gente que no conoces pero en la que confías. Qué curioso, una situación que ni de coña se daría fuera de una carrera.
Vamos avanzando y en una rotonda oímos una voz conocida que nos anima. Es nuestro Perru, que nos da ánimos y nos dice que Irene y Alberto acaban de llegar. Veo a Darío, mi hijo. Me emociono. Ya no puedo parar de llorar. Yayo tira de mí y vemos a los compañeros que nos esperan en la meta. Abrazan a Rubén que ya ha llegado, veo a mi paciente Jose, que nos acompaña hasta pasar por el arco de meta para inmortalizar la llegada y dejar testimonio grafico de si Yayo hace de las suyas y cuela el píe.



En la meta nos esperan también María y Petry. ¡Cómo se agradece ver caras conocidas al llegar! Nos dicen que también ha estado esperando Lucia, que ha ido con sus peques para vernos llegar. Siento mucho la demora y no haberles visto.


En meta nos reencontramos con Irene y Alberto que nos cuentan lo duro que ha sido también para ellos los últimos 40 kilómetros. Está claro que esta carrera no es fácil para nadie, ya seas tikitiki o plofplof.

Creo que solo me queda agradecer a mis compañeros los kilómetros compartidos. Me quedo con las risas y sus ánimos (sin ellos no lo hubiese podido hacer). Siempre dije que mi objetivo era terminarlo pero una vez que te embarcas en una cosa así quieres hacerlo lo mejor posible. No sé si volveré a hacer una carrera de este tipo pero me alegro de haber participado en esta y que haya sido con ellos.





CRÓNICA DE IRENE

Si me llegan a decir hace dos años cuando empecé a correr que acabaría inscribiéndome en una Ultra, posiblemente me habría pasado horas riéndome de la persona que lo hubiese sugerido. La Madrid- Segovia empieza para mí después del entrenamiento benéfico de Trainingrey en mayo. Allí estaban Master, Yayo y Rubén hablando de esa locura de carrera a la que se habían inscrito y al final me convencieron de que iba a ser una experiencia única. ¡100 km con gente estupenda! ¡Pues claro! Y a partir de ahí, convencimos a Anita Dinamita con muchos privados de whatsapp y terminó uniéndose Alberto, que es fan de los retos. Así que, formado el grupo, sólo hubo que esperar a que llegase el 19 septiembre.









19 de septiembre de 2015.

¡Qué nervios! Las 2 de la mañana y comenzamos nuestro viaje. María, Petri, José y Darío nos acompañaron a Plaza de Castilla, desde donde salíamos. Yayo aprovechó el tiempo de espera para hacerse una casa y darnos cobijo a Rubén y a mí. Y así, entre risas, baño y dejar las mochilas, nos dieron las 5 a.m. Comenzamos.



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Hicimos los primeros 27 km hasta Colmenar Viejo a un buen ritmo; corríamos, caminábamos en las subidas, nos reímos mucho, disfrutamos. En Colmenar paramos a desayunar y una vez que repusimos fuerzas continuamos. Mención especial al km 21 donde Yayo cayó al estilo balancín dándonos un buen rato de risas. Ir por el camino de en medio, lleno de palos, pues … ¡Es lo que tiene! Y lo mejor, ver cómo se levantó riéndose! Y… ¡que el ritmo no pare!

Seguimos avanzando al son de “La Gozadera” y “El taxi” (by Rubén), “el Marqués que ustedes saben metió gol” (una versión renovada de ADIVINA ADIVINANZA de Sabina con la que nos deleitó Antonio) y todo lo que se nos iba pasando por la cabeza que tuviese algo de marcha.





Y con estos ánimos y la caída de Ana que auguraba que yo iba a ser la siguiente, llegamos a Matalpino. En la entrada del pueblo, Master, Yayo y Ana pararon a remojar los pies en agua bien fría, mientras Rubén, Alberto y yo llegábamos al pueblo y arrasábamos en el avituallamiento. Kilómetro 50. Hasta ese momento, la carrera había estado genial. Y además, allí Antonio nos presentó a otra Musher, Isabel, que prometió que este año se dejaría ver más por las carreras.




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Pues bien, comenzamos la segunda mitad de la carrera del mejor modo, porque nada más salir del pueblo oímos un reclamo que sólo podía dirigirse a nosotros:

“¡Cabronessssss!”. Y allí estaban Rubén y Nolito para darnos fuerzas, esperándonos con un caldo de pollo buenísimo y sándwiches de queso con miel. ¡Qué subidón para todos! Nos acompañó un poquito y seguimos.

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Llegamos a la subida de La Barranca. La primera muestra de lo que nos esperaba. Con los primeros dolores de cuerpo, subimos poquito a poco hasta que llegamos al avituallamiento, pasando mucho calor. Pero sufriendo un poquito y todo, ahí teníamos a Yayo riéndose por detrás de los andares que llevábamos J. Después seguimos hasta Cercedilla, donde tocaba una buena parada y nos esperaba una paella que nos supo a gloria. Cercedilla fue un punto crítico, km 63, después de 13 kilómetros que se habían hecho eternos y donde afloraron los verdaderos dolores. Aquí nos separamos en dos grupos: por una parte Rubén, Alberto y yo, que vimos cómo nos flaqueaban las fuerzas y que, o salíamos en ese momento o lo dejábamos; y por otro lado, Ana, Yayo y Master, que prefirieron hacer parada en boxes y visitar a los fisios. Nos despedimos dándonos toda la fuerza y ánimos que pudimos entre nosotros y seguros de que en meta nos reencontraríamos, si antes no nos hacían un “Piuuum” y nos alcanzaban.


Iniciamos la subida hasta el Alto de La Fuenfría, que estaba en el kilómetro 79; al llegar se nos hizo de noche y notamos una bajada de temperaturas bastante importante. Fueron 16 km en los que intentamos mantener las fuerzas cantando y hablando, animándonos los unos a los otros, pero ya se notaba que el cuerpo empezaba a jugárnosla. Rodillas, tobillos, espalda… todo se resentía. Pero intentamos no perder la sonrisa.

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La otra parte del equipo, por lo que supimos después, ¡¡¡a esas alturas iba ya a tope!!! Tras algunas dificultades en los primeros kilómetros saliendo de Cercedilla, cogieron un ritmo impresionante. Con Master a la cabeza, seguido de Súper Yayo y Anita Dinamita, fueron comiéndose los kilómetros que les separaban de Segovia.

Después de que nos sellaran la tarjeta de corredor en Fuenfría, nos abrigamos y empezamos el descenso a Segovia. El siguiente avituallamiento estaba en el km 88, y calculo que fue en el km86 cuando me hundí. A la espalda llevábamos una bajada llena de piedras, seguida de un camino de asfalto que no terminaba nunca. La sensación de no avanzar pudo conmigo, pero entre Rubén y Alberto tiraron de mí, comí y para cuando llegamos al avituallamiento empecé a recuperarme.

KM 88, avituallamiento y el momento más triste de la carrera. Tocaba parar un poco para recuperarse ya que, desde Cercedilla, no nos habíamos sentado ni una vez. Nos bebimos un caldo, nos sentamos y de repente Rubén empezó a palidecer. Hacía frío, estaba mareado y al final decidió que ese era el final de su viaje. En el fondo, creo que en parte lo hizo por nosotros, que no quiso esperar más tiempo a ver si se recuperaba para evitar que nos quedásemos fríos del todo y no pudiésemos continuar. Tuvo el valor de tomar una decisión que no muchos habrían aceptado al verse cerca del final, cuidando de sí mismo y de los demás. Rubén, no podemos estar más orgullosos de ti y me parece que todos los mensajes de apoyo lo han dejado más que claro.



Así pues, Alberto y yo nos enfrentamos a los 13 últimos e infinitos kilómetros que nos separaban del acueducto de Segovia, con Rubén en la cabeza todo el tiempo. Había que acabarla por él.



Casi 3 horas después, cruzábamos la línea de meta. Pero no estábamos solos. Llegar y ver allí a Perru, Petri, María, nuestro compañero de aventura Rubén, José y Darío… no hay palabras para describir la emoción que sentí. Luego supimos que Lucía y sus peques estuvieron allí también esperando, pero tardamos bastante más de lo esperado y tuvieron que irse. Gracias a todos.

Un poquito después, llegó el resto de la Compañía: abrazos, besos y promesas de no repetir nunca una Ultra, que a saber en qué quedan. Porque somos muy borricos y los malos momentos los olvidamos con facilidad, quedándonos con lo bueno. Y bueno hubo mucho, aunque ahora la canción que mejor nos defina sea la de “Las muñecas de Famosa”.

Gracias de corazón a los que vinisteis a vernos, a los que no pudisteis estar físicamente pero sí en espíritu, dándonos ánimo en todo momento. Pero sobretodo, a mis compañeros de carrera. Vosotros cinco sois los que hacéis que cada kilómetro haya merecido la pena.

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En resumen, comida de más en nuestras mochilas, grandes momentos, gran compañía, auténticos compañeros de viaje, momentos de sufrimiento con una mano amiga para ayudarnos a superarlos, caídas, risas y lágrimas. En definitiva: Mushing Toledo.

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